La primera vez fue un desastre. Esto aprendí.


Recuerdo ese día como si fuera ayer. Había ensayado frente al espejo, repasado cada palabra, memorizado las cifras y preparado las diapositivas con más dedicación que cualquier otro proyecto. Era mi primer pitch frente a inversionistas, y creía que todo saldría perfecto. Pero no fue así.


El desastre anunciado


Todo empezó con los nervios.


Cuando me dieron la palabra, mi voz tembló. Empecé hablando rápido, sin conectar con el público, y en menos de dos minutos ya estaba leyendo las diapositivas como si fueran un guion de teatro.


Uno de los inversionistas bostezó. Otro miraba el celular.


Y ahí comprendí que, aunque tenía un gran proyecto, no estaba contando una historia.

Estaba recitando datos.


Cuando terminé, nadie hizo preguntas. Solo un “gracias por tu tiempo”. En ese silencio incómodo aprendí mi primera gran lección: un pitch no se trata de vender un producto, sino de inspirar una visión.


Lo que aprendí (a golpes)


La emoción vence a la perfección.


Los inversionistas no compran cifras; compran la pasión detrás de ellas. Si tú no crees profundamente en tu historia, nadie más lo hará.


El público no quiere que le hablen, quiere que le hablen a él.


Mi error fue no leer la sala. No hice pausas, no miré a nadie. Un pitch es un diálogo disfrazado de monólogo: tienes que sentir lo que el otro siente.


Menos PowerPoint, más poder personal.


Creí que mis diapositivas hablarían por mí. Pero descubrí que el pitch deck no sustituye la autenticidad. Hoy uso menos texto, más imágenes y, sobre todo, más alma.


Los fracasos también se ensayan.


El aprendizaje no viene solo del éxito. Después de esa experiencia, grabé mis prácticas, pedí feedback y cada error se convirtió en material de mejora.


Mi segundo intento

Meses después volví a presentar —esta vez con la historia, no con los números—.

Comencé diciendo:


“Hace un año, intenté vender este sueño y nadie creyó. Pero ese rechazo me hizo mejorar cada parte de lo que hoy les presento.”


Esa honestidad cambió todo. Capté la atención desde el inicio. No era un vendedor, era un soñador aprendiendo en público.

Y sí: ese día sí conseguí la inversión.


Lección final


El storytelling no es una técnica; es una forma de conectar.


Tu historia puede tener errores, tropiezos y silencios incómodos, pero si es genuina, se vuelve poderosa.


Hoy entiendo que mi primer pitch que salió mal fue, en realidad, el mejor comienzo posible: el inicio de mi versión más auténtica como emprendedor.


Fracasar en tu primer intento no te define. Aprender de él sí.


Cada “no” que recibes te prepara para el “sí” que cambiará tu historia.